18.5.10

Contextos y experiencias

No es un secreto que me guste caminar por las calles de Coyoacán. Ni que tomar una taza de café en alguno de sus locales para luego pasearme por sus callejones me parece todo un plan para una tarde. Café, caminata, banca, caminata y de regreso a casa en un trayecto sin prisas.

Lo que pocos saben, es que existe una configuración particular, que en lugar de relajarme me genera taquicardia, aumenta mi presión sanguínea y pone a bailar mi maxilar como en un ataque epiléptico. Como una ansiedad química que deja mis manos temblorosas por el resto del día, mis ojos pelados durante la noche y a mi conciencia sin siquiera darse cuenta de esa transición.

Una secuencia única de lugares y bebidas, que pasa por un café bien cargado en "A". Luego se dirige lentamente hacia "B", para luego regresar medio camino y torcer hacia "C". La última parte de este recorrido, inicia cuando el ciclo de "C" se agota y entonces mi metabolismo tiene que hacer un esfuerzo extra para controlar los estimulantes que se han acumulado en mi sangre y en el sistema nervioso central, mientras camino -casi a regañadientes- hacia el oriente.

Los efectos de ese "cocktail" pueden sonar poco agradables. Apenas un centenar de minutos de euforia y luego horas, tal vez días, de una eriza incontrolable. Pero, como casi todo, es cuestión de interpretación. La euforia puede ser tensión y la eriza transformarse en mariposas gástricas.

Sueños húmedos o pesadillas; todo depende de con quién te estas echando el tiro. Por más constante que sea la substancia, la experiencia nunca será la misma; por mas experiencia que se tenga, siempre habrán buenos y malos viajes. 

La mejor droga del mundo es lo peor que te puede faltar.


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