18.5.10

Contextos y experiencias

No es un secreto que me guste caminar por las calles de Coyoacán. Ni que tomar una taza de café en alguno de sus locales para luego pasearme por sus callejones me parece todo un plan para una tarde. Café, caminata, banca, caminata y de regreso a casa en un trayecto sin prisas.

Lo que pocos saben, es que existe una configuración particular, que en lugar de relajarme me genera taquicardia, aumenta mi presión sanguínea y pone a bailar mi maxilar como en un ataque epiléptico. Como una ansiedad química que deja mis manos temblorosas por el resto del día, mis ojos pelados durante la noche y a mi conciencia sin siquiera darse cuenta de esa transición.

Una secuencia única de lugares y bebidas, que pasa por un café bien cargado en "A". Luego se dirige lentamente hacia "B", para luego regresar medio camino y torcer hacia "C". La última parte de este recorrido, inicia cuando el ciclo de "C" se agota y entonces mi metabolismo tiene que hacer un esfuerzo extra para controlar los estimulantes que se han acumulado en mi sangre y en el sistema nervioso central, mientras camino -casi a regañadientes- hacia el oriente.

Los efectos de ese "cocktail" pueden sonar poco agradables. Apenas un centenar de minutos de euforia y luego horas, tal vez días, de una eriza incontrolable. Pero, como casi todo, es cuestión de interpretación. La euforia puede ser tensión y la eriza transformarse en mariposas gástricas.

Sueños húmedos o pesadillas; todo depende de con quién te estas echando el tiro. Por más constante que sea la substancia, la experiencia nunca será la misma; por mas experiencia que se tenga, siempre habrán buenos y malos viajes. 

La mejor droga del mundo es lo peor que te puede faltar.


22.2.10

Destinos (¿finales?)

Después de dias de pensarlo.
Absorto y a la vez en todas partes.
Harto de esto y expectante de lo que vendrá,
tomé la desicion de volver a ti.

Creía que durante este tiempo te había estado olvidando,
que mi último tributo había comprado tu paz y de paso la mia.
Pero hoy me descubro aterrado por tu imagen.
Casi tanto como atraido por la fuerza que ejerces sobre mis manos, mis músculos, mi espina.

Una única voz.
No se si la más cuerda o las más demente
me llama a la precaución.

Sabe que pasa.
sabe que puede pasar
y lo transmite en códigos intelegibles

Cuando sea el momento,
cuando ya no haya luz
sólo ese silbido lanzado al vacio
un atentado contra el silencio me acompañará.

16.2.10

Welcome to Tijuana (Parte 4)

Después de horas y horas de memorias, llegábamos al fin de la crónica; y con ella pareciera que la experiencia de mi compa por fin era asimilada del todo. La última parte de la narración comenzó de la siguiente manera...

Por fin llegó mi turno frente al vicario del código penal del Estado de Baja California. Siguiendo la liturgia, me enredé lo que alguna vez fue una casaca, similar a la de las construcciones o el aeropuerto, pero opaca, sucia y desgarrada de tanta criminalidad. Extendí mis manos, para las esposas y grilletes. –No.- Cambió de opinión el nuevo guardia -Déjate nomás los grilletes.- y levantó las esposas recién liberadas con la mano izquierda mientras llamaba a lista a otro más de los del pasillo.

Una vez asegurado, crucé por fin, la línea prohibida que marcaba la viaja sabana sobre la reja. Al otro lado, la negligencia de quien tapió las ventanas de la habitación me facilitó re-encontrarme con el sol. Agradecí su ineptitud y procuré interponer mi rostro al haz de luz el mayor tiempo posible. Una luz tibia como caricia. Tan bien se sentía que la ansiedad de conocer el resultado final del peritaje de mi situación por un momento desapareció.

Tiempo apenas tuve de pensar que la luz artificial era una de las cosas más desesperantes del encierro cuando se me ordenó cruzar la vieja y ominosa puerta de metal.

De regreso a los cubículos, los oficios y los licenciados me siento como en otro lugar, a cientos de kilómetros de distancia. Por esa sección, alfombrada y climatizada, limpia y ordenada si había pasado la formación media y media superior. Real y sin embargo también aparente, mi re-inserción a ese espacio fue la confrontación implacable entre el inframundo marginal, segregado y criminalizado de los parias de Tijuana y otro, de élites que determinaban de manera fría e impersonal el futuro de los primeros. Era la reproducción a escala de mi ciudad, de mi país y del sistema en el que vivimos. La súbita inmersión en el mundo de la burocracia también resalta los cientos de pequeñas convenciones, las decenas de ‘clicas’ de la 'gente bien' que se forman, reproducen e interiorizan en ese ambiente.

Ya en uno de los tantos cubículos que había visitado al comienzo de mi estancia, un chiste que sonaba a viejo, como si estuviera desgastado y remendado como un calcetín fue formulado por un custodio a mis costillas. La destinataria del chascarrillo, no rió. Era la misma mujer que en su momento me preguntó por mi estado de salud; la única persona dentro del enjambre judicial a quien vi comportarse más allá de la norma. La relatora de mi versión de los hechos.
En ella ví unos ojos cansados, una piel tal vez un poco más pálida que en la ocasión anterior y unos cuantos cabellos rebelándose frente un peinado realizado quien sabe cuántas horas antes. En otras palabras, el paso del tiempo oficial también hacia mella del otro lado de la balanza de la ley.

Intenté amenizar un poco la situación con un comentario que consideré simpático.

-Pareciera que nosotros, no somos los únicos encerrados.-

La mujer suspiró y mientras miraba al vacío admitió con tono de pregunta. –¿Si, verdad?- Para luego comenzar a manipular su ordenador en búsqueda de mi expediente.

Con dedos voladores escribió mi nombre y la palabra “alias” al lado de este. Sorprendido contengo la respiración pensando en si hubo algún mal entendido (y de haber sido así si habría de enorgullecerme o aterrarme), pero no. Mi seudónimo no era más que el producto de un error de captura durante la primera noche, un error de ortografía y nada más. Ejemplo perfecto de que el papeleo es capaz de quitarle el glamour a todo tipo de situaciones.

Siguiendo con la declaración, doy mi nombre (bien deletreado), dirección, teléfono, estado civil y demás datos que se mezclaban con párrafos prescritos y transmutados con la opción de cortar y pegar. Luego vino una serie de contraseñas, nomenclaturas y siglas que revistieron de solemnidad la de otra manera intrascendente historia del pipazo en la banqueta.

Procuré ser honesto y mantener la postura ética que siempre he defendido de que, al menos desde mi humilde opinión, la posesión y consumo lúdico del cáñamo sativo no es algo que amerite tal movilización de recursos tanto jurídicos y como materiales. Mi relatora se sonrió ante ese mal catalogado cinismo, así como lo hizo cuando le expliqué las razones de mi amorío con la dama verde: apetito, paz, tranquilidad, contemplación, inspiración… -En la mayoría de los casos solo dicen que los relaja- comentó mientras sus dedos repiqueteaban sobre el teclado.

Al tiempo llegó mi abogada pública y putativa. Mujer despampanante y mal humorada, del estilo de Rosa Gloria Changollan, la tesorito...

- Hacemos una pausa, mi amigo ríe y comparte los recuerdos que tiene de la única persona que podía haberle heredado esa forma de relacionar imágenes. La misma que es responsable de la existencia de este tipo de ejercicios.- Continuando con la entrevista con la abogada de oficio, mi amigo prosiguió.

Al presentarse la mujer, extendí mi mano hacia ella, pero supongo que le parecí peligroso ya que se limitó a mirarla de reojo para después voltear la vista e ir directo a su trabajo. Un trabajo que de tan repetitivo parecía más bien un encuentro de café con la capturista con la cual el vínculo de confianza era notorio. Hablaron sobre mi situación ignorándome olímpicamente. Y en esa especie de tertulia parecía que se invertían los papeles entre mi capturista aliada y mi supuesta defensora que se limitaba a enviarme miradas de reproche de cuando en cuando.

En eso estábamos cuando la entrada a la habitación de un hombre ridículamente delgado, calvo, de facciones de roedor y mirada esquiva hizo que ambas mujeres enmudecieran y tomaran un expresión seria. Llegaba el juez de la mesa estatal de averiguación previa Núm. VII, el cual regresaba de tomar algún tentempié o al menos eso declaraba la servilleta que frotaba sobre sus labios y barbilla.

En ese mismo momento se dirigió hacia mí y sin mediar saludo o presentación comenzó su interrogatorio. Percibí la violencia de sus preguntas, los vericuetos gramaticales que tomaba con la intención de hacer que me contradijera; la altivez de quien se sabe dentro de su pequeño coto de poder. Al cabo de un rato, aburrido ya, el soberano de la mesa VII da por terminado su ataque soltando a manera de recomendación una amenaza velada: -Hay que tener cuidado, un error en la declaración y… no, no. Derechito al penal…-

El resto de la declaración fue mucho más incómoda; sobre mi espalda sentía la mirada de buitre de aquel hombre. Temía que en cualquier momento saltaría sobre mi esgrimiendo la contradicción que me confinaría a las rejas, ó que encontrara un cabo suelto que diera pie a un nuevo embate de su parte. De hecho, hubo un momento que llegué a desear dejar esas salas climatizadas por estar de regreso en la segura penumbra de la celda, lejos de aquel hombre gris.

Pero aun faltaba para dar por terminada mi sesión en la mesa de averiguaciones previas. Parecía que los sucesos, coagulados durante el tiempo que había permanecido en la celda ahora se desbordaban uno tras otro. No había terminado mi desagradable experiencia con el juez cuando un chavo, más joven que yo y vestido con pantalón de vestir, camisa impecable y corbata de seda entró en la habitación.
Por su vestimenta (inclusive más arreglado que el mismo juez), edad y actitud, asumí que era algún estudiante realizando su servicio social o práctica profesional. El tipo seguramente habría pasado desapercibido de no ser porque, de alguna manera, directa o indirecta, también de dirigía a mi persona cuando entregaba el sobre amarillo tamaño oficio con lo que después me enteraría eran los resultados del peritaje.

A la llegada del documento juez y defensora se reúnen para analizar de manera conjunta los resultados emitidos. Y es el juez el que toma la iniciativa de compartir su recién adquirido conocimiento.

-Cin-co pun-to cua-tro gramos...- “Me cago..” pensé. -Pe-so bru-to, Cuatro punto seis peso neto- y sonríe maliciosamente al percatarse de mi expresión.
-Hubiera esperado más- le dice la abogada a su compañero de burla. -pa'que escarmentara...-.

Pero ya estaba hecho. Era mi momento de respirar a mis anchas. Con la declaración terminada y con la certeza de que la cantidad no excedía los límites de la sanción administrativa el resto de mi encierro sería simplemente esperar. Los minutos siguientes no podía contener mi sonrisa. Por otro lado me pareció que el el resto de las personas de la sala también se relajaron, como si hubiera dejado de ser el criminal con grilletes para ser una mera visita que venía de paso. Sin embargo, las reglas eran las reglas y aún quedaban aproximadamente seis horas de sanción que demandaban ser cumplidas.

Antes de cruzar la puerta de metal de regreso al área de celdas, le agradecí a mi aliada-relatora el apoyo que hasta la fecha no podría explicar de otra forma más que moral. -Ni lo digas. El hecho de que sean criminales no es excusa para maltratarlos...- Le agradezco de todos modos.

Fui recibido como quien regresa de un viaje. Con el barullo correspondiente a las entradas y salidas de los internos y con mis compañeros de celda haciéndome las preguntas de rigor: ¿cómo te fue pareja?, ¿qué te dijeron?, ¿qué hora es? La cuales traté de responder lo mas cabalmente posible.

Al parecer mi encuentro con el juez marcaría el inicio de la ronda de declaraciones correspondiente a nuestra celda. Al poco tiempo fue llamado Carlos, que al igual que yo se colocó la vieja casaca y puso su mejor cara antes de cruzar la puerta de metal. En la celda no pasó mucho tiempo. El barullo de mi regreso apenas había desaparecido cuando fue reactivado con la aparición del pandillero de la 18 en la galera de celdas. 'Portación de consumo personal. Sanción administrativa de 48 de retención.' Mismo dictamen, que celebramos con un choque de manos en son de mutua y reciproca felicitación.

Inclusive, el 'otro' Carlos, joven de escasos 19 años que había llegado ahí después de que la marina realizara un operativo sorpresa en su domicilio tras haber recibido una denuncia anónima sobre un punto de venta de CristalMeth, suspiro aliviado pues la única evidencia física en su contra hallada después del cateo era una carga de hierba y una pipa de agua.

Pero la alegría generalizada no duró mucho. Vio su fin con el regreso de Hassan, que con mirada al vacío y voz entrecortada con comunicó el dictamen de la mesa de averiguación: Media onza de marihuana (16 grs.), equivalente a 12 mil pesos de multa ó 18 meses de prisión en un CERESO federal...

Sentí una parte de esa cubetada de agua fría. Mi principal interlocutor y confidente, con quien había matado las últimas casi 40 horas de mi vida irradiaba, con la adrenalina a flor de piel una especie de grito silencioso; un lapsus que lo trasladaba hacia el abismo más solitario del planeta.

Después de la crisis, ya con la misma mirada de órbitas oscuras y pupilas salvajes que en su momento adquirió uno de nuestros compañeros de celda cuando narraba el testimonio de un asesinato que le había tocado presenciar; Hassan dijo de forma severa e inapelable a otro de los recién llegados el destino que habrían de compartir.

Las horas siguientes pasaron entre reflexiones libertarias y la lectura y firma de las declaraciones. En dos ocasiones mis estudios me volvieron la persona indicada para la lectura en voz alta de la declaración de los reclusos analfabetas que nos acompañaban. El préstamo excepcional de una pluma y una hoja de papel todavía permitió cierto intercambio de datos antes de que del cubículo del celador saliera mi nombre por última vez. Al oírlo, listo como estaba tomé mis últimos segundos en despedirme de todos los habitantes de ese lugar, especialmente del Gran Carlos y Hassan.

Tras dar unos pocos pasos después de oír cerrar la puerta del lugar que había sido mi prisión durante 48 horas, un grito me hizo mirar la celda por última vez. Ahí, pegado a la puerta de la celda asinada con una sonrisa casi de esperanza, el joven rapero me dirige por última vez unas palabras...

-¡Hey pareja! Hay que echarle ganas a la vida...- Me dice mientras levanta el puño como si, la no-depresión fuera un acto de rebeldía.

Le respondí de manera afirmativa, prometiéndome dejar un rastro, un registro que como un mensaje embotellado pueda ser encontrado con la dirección web que me había encargado de distribuir...

-Y este es el fin de mi historia compañero. Esa promesa es la razón de que exista la crónica de esas horas.- Dijo a manera de conclusión mi amigo. -Si en esa situación aun había chispazos de alegría, entonces nos queda todavía mucho que hacer aquí afuera.- sentenció.

Cronista y escribano nos miramos a los ojos, la gran aventura que con alegrías y miedos había sido narrada llegaba a su final.

8.2.10

Welcome to Tijuana (Parte 3)


Pasaron algunos días antes de que pudiera encontrarme con mi amigo y resumir su relato. Para cuando nos volvimos a ver su expresión había cambiado un poco, al igual me pareció, que su narrativa…

La mañana siguiente el panorama había cambiado tanto como podría cambiar la noche del día. La angustia, los hombres enmascarados, la novedad de la situación; todo poco a poco se asentaba y se volvía pasmosamente monótono.

Inclusive pude percibir como se impregnaba en mi ropa el olor de las sábanas de la celda. Al poco tiempo ya ni siquiera eso percibía. Despeinado, desaliñado, sin cinturón y sin agujetas como todos los demás, poco a poco absorbido por el paisaje. Aun con la intuición de que ya era de día y con la relajación del ambiente en la celda me había “pegado el encierro”; oleadas de nostalgia y depresión que se forman en las almas de aquellos que caen en el silencio mientras están tras las rejas.

Sin nada más que ver más que las marcas que deja la pintura vieja al desprenderse de las paredes paseo la mirada –ahora si- con detenimiento por la celda.

Arriba de lo que sería mi cabecera encuentro un mensaje destinado para los habitantes de las horas más oscuras de la noche. Grabado sobre el muro las palabras “Cristo te ama. No olvides.”

-Un momento de silencio, de nuevo la mirada perdida-

Le agradecí al autor anónimo el haber canalizado su ocio y su fé en un mensaje de esperanza dirigido a un Barrabás que nunca conocería…

Trataba de recuperar el sueño perdido y reflexionar sobre la Fé mientras luchaba infructuosamente contra la luz, el ruido y el mal olor cuando: “Pareja…” “Pareja…”

Al otro lado de la celda, un hombre de aproximadamente unos cuarenta años, de mirada ovina y un tupido bigote que adornaba una cara regordeta con cráneo redondo y bien afeitado me miraba con algo parecido a una sonrisa en el rostro.

¿Usted no es de por aquí, verdad? -Me preguntaba sin que yo entendiera si se refería a México, Tijuana o al mundo de los separos.-. Si, si lo soy –le respondo tratando de mostrarme lo menos vulnerable posible. –¿Y qué hace por acá, por qué lo trajeron…?-

Le contesté de la misma manera que lo había hecho en la ocasión anterior esperando la misma reacción de desinterés, la cual me permitiría seguir con mi cortejo a Morfeo.

–Un veinte de mota.-

¡Ah.. yo también! –Decía el tal Carlos mientras otra figura, ésta juvenil y alargada se incorporaba de su rincón para unirse a la conversación.

Sin haberme percatado aún, estaba conociendo a los que serían mis compañeros de celda. De la población original de la celda sólo quedaba yo, que con excepción del incidente de los soldados no me había percatado de la rotación de los internos, la cual había sucedido mientras dormía.

Carlos y Hassan, oriundos del mismo barrio popular y marginado ubicado en las barrancas bravas de Tijuana . Inmediatamente se pusieron en marcha los protocolos de la ‘la banda del barrio’. A la pregunta ¿De donde eres? Le siguió el nombre de una pandilla sucedida por la respectiva ‘clíca’ (que más que una pose de manos es toda una forma de saluda) y la muestra de tatuajes que lo acreditaban a uno como miembro oficial.

Después del reconocimiento, las redes se entretejieron. “Si… conozco a tal.” “¡Claro, si es mi padrino!”; y se dieron razones sobre otras personas, la mayoría en la cárcel ó del otro lado y algunos en la cárcel, del otro lado.

La celda oscura y sombría de la noche anterior de repente tomaba un aire vecinal. El espacio, otrora de reclusión se volvía un lugar de encuentro; espacio extraterritorial de las pandillas donde se apalabraban negocios y se narraban hazañas ilegales sin importar la presencia de los agentes investigadores que ocasionalmente pasaban por alguno de nosotros para los interrogatorios. Y así, se le echaba montón al tiempo, con la esperanza de que este pasara deprisa.

Resignándome a pasar las siguientes horas despierto di rienda suelta a mi curiosidad e intenté unirme –en la medida de lo posible- a la conversación con la intención de conocer un poco del bajo mundo de la frontera a través de observación participante.

Supe por Carlos que la “18” (6+6+6) es una de las tantas pandillas que le han entrado a la globalización y se han vuelto internacionales; que tiene casi mil miembros distinguidos por los números de sus antebrazos y que para ganar tales insignias es necesario haber “quebrado” a alguien. Por él también supe que los mixtecos son reconocidos por ser los mejores del gremio de los pizcadores ilegales del suroeste de los Estados Unidos; que a muchos reclusos se les cae el pelo por mechones a causa del estrés durante los primeros meses de encierro y que es durante ese tiempo cuando uno es especialmente susceptible a aceptar la “palabra de Cristo”.

Tal era su caso. Cholo converso con seis hijos dispersos por ambos lados de la frontera ,que había pasado ya 10 años en prisión (pero sólo en el gabacho) y que ahora, 3 años después de su última salida, regresaba a los muros de hormigón y acero por una falta menor. Este fabricante de arreglos florales y fumador ocasional de 'crack' me dijo que si tuviera 50 millones de dólares construiría “purititas iglesias” y que sus tiempos de la “18” eran los años de rebeldía. “Cosas de jóvenes” -decía, ahora que las miraba desde la perspectiva de la experiencia, las cuales entendía perfectamente-.

Hassan, también conocido como SquizofrenickMC por su parte, se encontraba a menor profundidad en ese mundo. De 21 años, rapero desde los 15 y boxeador desde la concepción por herencia de su padre, vivía ‘juntado’ con la madre de su hija. Fumaba un porro antes de su rutina de ejercicio cuando fue detenido por delitos contra la salud.

Con más lugares comunes entre nosotros, el buen Hassan me explicaba los símbolos secretos del grafiti; del arte de la improvisación, la lirica y la métrica del Rap (“La im-provisa-cion es el ins-tante punzo-cortante.”); del box y de la correccional de menores. También hablamos de plantas de poder, de la hipocresía del gobierno (el no tomaba alcohol) y de lo diferentes que eran los tiempos ahora que poco a poco nos acostumbramos a ver soldados y tanques en nuestras calles.

Al tiempo, otra cabeza se asomó desde la orilla de la litera. José Luis, sucio, viejo, despeinado y solo esperaba el momento que se confirmaran los datos de su historial delictivo después de haber sido arrestado por el mismo delito que todos los demás.

–Aquí, mi narrador dio una pequeña explicación-

El sistema penal y el código que lo regula, está diseñado para que los infractores sean acreedores a las penas más severas posibles. Además, dicho sistema cuenta con filtros que permiten seleccionar a los verdaderamente indeseables, a aquellos cuya criminalidad pareciera venir congénita por la pobreza, y separarlos del resto de la sociedad de manera definitiva. Así de fácil, el sistema penal de nuestro país no esta contemplado para la reintegración social...

-Después de confesarme que el tema de las cárceles y la reclusión le había parecido un tema muy interesante para explorar continuó prosiguió.-

Ese hombre hablaría poco y se quedaría poco. En su situación no había lugar para la incertidumbre; ó 25 mil pesos de fianza ó la cárcel por los próximos meses.

Pocas cosas quedaban por hacer más que hablar. Hablar de drogas, hablar de policías, de la guerra contra el narco, del otro lado y de las mujeres. Siempre, toda anécdota desembocaba en las mujeres. Más bien, en una mujer. Todos ahí tenían en la cabeza un rostro femenino que por más que divagara la mente, regresaba y exigía de cuando en cuando un suspiro, un comentario o una anécdota que se compartía con los demás con la esperanza de aliviar un poco la nostalgia…

Durante el día, bajo la convivencia obligada el tiempo pasaba a velocidades diferentes. Los eventos como la hora de la comida o la limpieza eran añorados no por las ganas de comer alguna de las horripilantes tortas aguadas que daban tres veces diarias, ni mucho menos por el deseo de barrer el piso que de todos modos se mantenía igual que el día anterior ya que no había nada con que ensuciarlo, sino más bien eran esperados por ser la única referencia temporal de la sala.

Había otros eventos libres de toda determinación temporal que sacaban a los pobladores del pasillo de su letargo. La entrada y salida del médico legista; la llamada para llenar la declaración, donde a uno le ponían un chaleco naranja y grilletes; entradas y salidas de personas que iban acompañadas de saludos y despedidas; el pase de lista que realizaban los guardias al parecer de manera indiscriminada y demás.

Por último, había otro que se salía de la dinámica casi festiva del pasillo. El terrible llamado de los celadores a aquellos que gritaban, agredían o violaban alguna de las reglas de comportamiento del pasillo. En ese momento, dos hombres armados con toletes y gas entraban a la celda en cuestión, esposaban de pies y manos al recluso infractor y lo llevaban al otro lado de la cortina que vi durante mi llegada. Ahí, con una tabla de una pulgada de grosor por tres o cuatro de ancho llamada ‘amansalocos’, se ‘tranquilizaba’ a los revoltosos con golpes a la altura de los riñones. La cortina sólo permitía escuchar el ruido del aire desplazado, el sonido parecido al de una palmada y un grito que nunca podía contenerse del todo; suficiente para helarle la sangre a uno.

En ese momento, la sala caia en el silencio mientras decenas de ojos veían pasar al reeducado al cual se le daba una coca-cola para contrarrestar al shock hipoglusémico derivado del golpe y prevenir un desmayo.

Hombres rudos, grandes y macizos se doblegaban ante el ataque a la baja espalda. Pero hubo uno, ni tan rudo ni tan grande ni tan macizo, que soportó el castigo arriba mencionado seis veces antes de que las autoridades cayeran en cuenta que su ansiedad y su histeria no era mal comportamiento sino el producto de una adicción al CrytalMeth que finalmente lo había llevado a la locura. Para ese momento, después de haber sido trasladado a nuestra celda, el pobre infeliz ya no podía caminar y se limitaba a permanecer en posición fetal encerrado en un mundo de dolor, demonios de la mente y malos recuerdos.

31.1.10

Welcome to Tijuana (parte 2)

Después de hacer una pausa. Mi confidente se revolvió en su asiento. No sé por donde empezar. -Su anécdota, si bien limitada únicamente a 48 horas, pareciera que se expandía o más bien se multiplicaba entre lo que pasaba por su cabeza y lo que pasaba dentro de ese edificio-. Pero bueno, intentaré ser cronológico.

Durante mi desfile, a través de oficinas pequeñas y apretujadas pero limpias y ordenadas, me percaté que entre dos de ellas había una puerta con un letrero de cuidado. Una puerta de metal más bien maltrecha que parecía que había sido deliberadamente olvidada por los encargados de mantenimiento para que, ajuareada con el hexágono rojo, se mostrara terrible y definitiva. Si así se ve la puerta de la sección de separos, no quisiera imaginarme las del pasillo de la muerte, ahí al otro lado de la frontera. -Me dijo a manera de comentario para luego proseguir.-

Mi pulso se aceleraba con cada paso en esa dirección. Hubo un golpeteo en la puerta, tres para ser exactos seguidos por un silbido peculiar. ¿Algúna clave de seguridad o simple costumbre? me pregunté. Cuatro o cinco pasos adelante y encuentro a dos agentes mirando un partido de fútbol. En la guerra contra el narco se juegan diferentes roles; en ese momento me encontraba frente a aquellos que ejercían la honorable labor de 'recepcionista'. ”Ahí te lo encargo pareja” y veo por última vez al policía con el cual había iniciado todo.

Sin dejar de mirar el televisor, uno ordena -Quitate el cinturón, pulseras, cadenas, collares, agujetas y demás. Si no las puedes quitar, las cortaremos... No queremos ahorcados por aquí.- Del resto de mis pertenencias también soy despojado. Antes de meter mi teléfono en una bolsa de papel, pido permiso para mandar un último mensaje; ahora si, tratando de movilizar algo de apoyo desde afuera. -Ta gueno, pero pues de una vez te aviso. Aquí las carteras aparecen vacías y más te vale que no rajes-. El mensaje más caro por el que he pagado en mi vida.

Olvidándose momentáneamente del partido, el guardia confirmó que no hubiera nada más en mi posesión y se puso a analizar mis cosas las cuales había acabado regadas sobre una mesa de madera. Comencé a ser interrogado acerca del contenido de mi cartera: Credenciales (así que eres estudiante...), tarjetas de presentación y una imagen. -¿Quién es...?- Alguien especial; le respondo mientras la guardo en uno de mis bolsillos.

Encogiéndose de hombros, se levanta de la mesa, corre una cortina sucia que impedía hasta ese momento ver a través de la reja y se muestra ante mis ojos un pasillo blanco y estrecho que se extendía una decena de metros hacia ambos lados dejando la cortina y la reja justo a la mitad. Después de una breve ojeada, escoge una celda relativamente vacía. Sólo cinco personas. (Camas habían dos).

Mal iluminada y distribuida, la habitación no rebasaba los 4x3 metros. No había ventanas y la litera (a diferencia del resto de las celdas como pude constatar después)cubría mas de la mitad de la reja/pared de metal que servia de separación entre nuestra celda y el pasillo. En contra esquina, justo enfrente de la puerta, se encontraba un retrete que afortunadamente -dijo mientras me guiñaba el ojo y exhalaba con alivio- nunca tuve que utilizar al máximo de su capacidad.

Parecía que los habitantes de este espacio se encontraban en especie de aletargamiento el cual había sido interrumpido con mi llegada. Un momento incomodo. En eso, una cabeza se levantó de entre la pequeña multitud de cuerpos que dormían apretujados para combatir al frío; toma la frazada que le servía de almohada, la avienta en mi dirección y regresa a su sueño.

Mi amigo interrumpe su relato para hacer una aclaración. -¿Sabes? Contrario a lo que pensaba, hay una vibra relativamente buena en esos lugares. Por el sólo hecho de estar ahí, se crea un vínculo de solidaridad entre la banda... Ahora que lo pienso, es un poco como el juego de los policías y ladrones-

Tendí la sabana maloliente sobre el piso y me senté. Minutos después, el mismo celador que me recibió entró al pasillo de un humor bastante mejorado e inclusive intercambió dos o tres bromas con un par de prostitutas que se encontraban en la celda de al lado; lejos de nuestras miradas pero justo al alcance de la voz grave y hasta cierto punto aguardentosa del usuario de la litera superior. -¿Que tal chicas, como ven que ya nos llegó uno nuevo? Risas e intercambio de bromas. Algún chiste local sobre un striptease. El hombre de poco mas de 40 años, moreno y fornido se veía tranquilo, hasta parecía jovial.

Asomándose desde su cama me interroga -¿Y tú por qué estas aquí?- "Por posesión" le respondí -y pareciera que mi amigo re interpreta la escena-; "¿De qué, de armas?" " No. De un guatito de mota" ¡Ja! -mi amigo se rie de si mismo antes de continuar- Pareciera que eso no había sido suficiente para captar la atención de ninguno de los presentes así que el silencio volvió a caer sobre la celda como la nieva cae sobre las estatuas; asentándose y enfriando la celda...

Los ojos de mi narrador se nublan, la mirada se dirige al vacío, su pecho se hunde y pareciera que había adquirido la misma expresión que tuvo en ese momento. -Ese fue el peor momento de todos- Me confesó -Ese fue el momento donde ese pequeño espacio se cerraba como en un derrumbe sobre mi cabeza. Los muros y las rejas eran un frío recordatorio de la libertad que me había sido arrebatada. Y el silencio, no contemplantivo, sino de desamparo. El silencio de quien recostado en posicion fetal, pierde la mirada en un rincon mohoso. Un silencio que olía a podredumbre.

Revisé mis bolsillos, tomé la imagen y cerré los ojos tratando de alejarme de ahí. Quería estar... bueno, tu ya sabes donde quería estar -me dice cerrando de golpe ese recuerdo y cambiando el tema-.

Del grupo que estaba cuando entré a la celda, supe que dos estaban por robo a mano armada, uno de ellos arrestado en su primer intento. Los otros dos nunca dijeron el porque y que el último; el hombre del striptease, estaba ahí por la posesión de 70 kgs. de marihuana; dos rifles Ak 47 y dos escopetas. -Uy no...- Me dice -Yo de aquí me voy pa' la grande. Serán al menos 20 años...-

Nunca olvidaré el estoicismo y la frialdad con la que esperaba su destino.

Poco después, supe que había tenido un par de horas para hacerse a la idea. Después de escapar a un operativo en su propiedad, él mismo se había entregado a las autoridades ante la amenaza de que su esposa enfrentara los cargos que a él le correspondían y que su hija fuera mandada al DIF estatal en calidad de huérfana. -Ni modo. Así es la cosa-.

Esa noche hubo rotación de inquilinos; los dos que estaban por robo fueron trasladados a los pocos minutos, dejando una litera vacía mientras el resto de la celda dormía por lo que aproveché la oportunidad y me hice del lugar. Trataba de conciliar el sueño cuando ya entrada la noche (o la madrugada, no lo sé) la puerta de metal se abríó de golpe y entraron dos soldados armados y con pasamontañas sobre sus rostros. La tensión en toda la celda aumentó de golpe frente a los espectros color desierto que se encontraban frente a nosotros. Una patada en la reja, casi a mi altura. -¿Quién es A*******?... ¡Vámonos cabrón...!- La litera de arriba de desocupaba.

29.1.10

Welcome to Tijuana (Parte 1)


La vida es una maestra caprichosa. Uno nunca sabe cuando se le enseñará una lección. Estar atento constantemente y derrepente, un descuido te lanza de nuevo al pupitre. Digo esto por una historia que ha llegado de la voz y los pensamientos de alguien muy muy cercano, que desgraciadamente veo cada vez con menos frecuencia.

La historia iba más o menos así...
Un día aprovechando la lejanía en la que ya me encontraba decidí agregar quince horas más a mi trayecto de vuelta a casa y visitar lo que algunos llaman el lugar más feliz sobre la tierra: Tijuana, Baja California. populosa ciudad llena de contrastes tanto culturales como económicos y estéticos. Uno de los poco centros urbanos del país en el que la vida cosmopolita no se limita a los barrios fresas.

La mala propaganda que tiene esta ciudad había hecho mella en mí y he de confesar que durante las primeras horas contenía la respiración cuando veía a las "trokas" pasar a toda velocidad, esperando una de las famosas rociadas de plomo que tanto oí mentar en la TV nacional. Afortunadamente los prejuicios se disiparon al conversar con la gente del lugar; -"es cuestión de suerte ¿sabes?"- y remataban con un -"como ser asaltado en la Ciudad de México"-. Gancho al hígado, discusión zanjada.

Poco a poco le agarré confianza y gusto a ese sitio de paso. Un centro bonito y seductor que invitaba al pecado, la transgresión y la fiesta al punto que honrar las palabras del profeta clandestino, el rey del Bong ,no sólo era el paso lógico sino obligado a seguir.
... y así fue como en verdad empezó la rumba.

-Aquí mi narrador hizo un breve pausa, como tratando de encontrar las palabras exactas para describir ese momento de la manera más breve y concisa posible; los días ya habían pasado y la nitidez de la memoria se pierde con el tiempo.

Segundos, o minutos más tarde retomó el hilo de su relato.
-Apenas me dirigía al centro con la barriga y la cartera llenas y preparadas para las demandas de la noche que estaba por venir, cuando tuve la increíblemente estúpida idea de sacar un pipa de madera y fumar de ella. Estúpido también fue hacerlo en posesión de una hierba que a pesar de ser medicinal es mal vista e ilegalizada por el Estado mexicano.

El resultado -continuó tratando de abreviar la historia- fue que a los pocos minutos trataba de manera infructuosa de librarme del brazo de la ley con retórica. Mala idea en una ciudad donde el ejército hace la labor de policía, donde la ley no sólo es ciega y sorda sino que está encapuchada; no  había posibilidad de diálogo.
Afortunadamente -dijo él- la cantidad sólo ameritaba una sanción administrativa; la cual, como el alcoholímetro- requería de mi presencia obligatoria en un separo.

Esposas a las muñecas, fui introducido sin violencia a una patrulla donde se escuchaba el disco de 'Legend' del maestro Bob Marley -Aquí mi amigo soltó una pequeña carcajada haciéndome notar lo irónico de la situación- para ser conducido a través de callejones oscuros, una vulcanizadora (pues al parecer esos callejones oscuros estaban llenos de baches y objetos peligrosos para las llantas), bulevares y delegaciones varias.

Mientras era trasladado de 'la veinte' a 'la 72' a 'la pinta' y de vuelta, escuchaba la perorata de mis captores la cual giraba no entorno a la ilegalidad o la maldad inherente al infame cáñamo sativo, sino a lo mala, pésima, que había sido la idea que había tenido horas antes. Cuando se agotó ese tema, la conversación paso por el ya conocido a nivel nacional "Ferras" para desembocar en uno que me resultó de lo más interesante. La guerra contra el Narco.

De nuevo una pausa, la expresión de mi amigo dejaba entrever un cierto orgullo.
-Era el momento ideal para escuchar esa perspectiva, sin embargo había que ser cuidadosos, era necesario ser sutil para mantener tranquilos a los hombres de negro y azul, mantenerlos en su zona de seguridad. Al fin y al cabo, el que estaba amarrado era yo y ese tópico era campo minado...

Tras minutos de silencio y reggae, logré formular la pregunta en mi mente. Un diario de nota roja me facilitó las cosas. A manera de comentario al titular "Once ejecutados en Mariano Matamoros" que robaba la atención de los uniformados, solté la pregunta. ¿Y ustedes como creen que se va a terminar toda esta violencia?

Otro silencio incómodo, de duración desconocida y durante el cual temí que fue a ser mandado al diablo con un bofetón. En eso, una voz se levantó dubitativa para esgrimir un argumento interiorizado (de notaba a leguas) a base de gritos y encuartelamientos. -Pues... haciendo esto que estamos haciendo. Esa gente nomás no entiende razones, lo primero que hacen cuando te ven es echarte ráfaga.- Me aventuré a hacer otra pregunta ¿Y que opinan ustedes sobre la legalización? Otro silencio, otra respuesta proveniente ahora del lado del co-piloto. -Eso estaría mal. Porque la ilegalidad es el único freno para que los 'plebes' (chavos) no la consuman.-

Me disponía a contra argumentar cuando llegamos, por fin, a lo que sería mi alojamiento por las siguientes 48 horas. Era un edificio de tres pisos, de muros verdes e hileras de ventanas continuas. Hubiera parecido un edificio de oficinas de nos ser por las sobras siglas de su fachada y la gente que entraba y salía de el.

Mientras que afuera llovía y caía granizo, adentro el aire se enrarecía con calor humano y las fragancias del mundo de los policías y los ladrones: sudor, papel, desinfectante, marihuana y pólvora.
 
Después de estar de cara a la pared el tiempo suficiente para sentir como subía y bajaba la adrenalina por mis venas a la espera de información sobre mi futuro inmediato sin otra imagen que un muro color beige, veía los últimos meses de mi vida encontrando nada más que una enorme serie de contra-sentidos; Orgullo, éxito, decepción, anhelos y nostalgia hasta que un empujón, el brazo de un nuevo celador, me ordenó que me pusiera en movimiento.

Inició el proceso burocrático de la justicia, el tour de los cubículos y las mesas de averiguación, piso 1, 3, sótano, piso 1, piso equivocado, subir y bajar, bajar y subir hasta llegar de nuevo al piso 1. Me llevan a una sala alfombrada y dividida por mamparas de 1.20 de alto. Nadie dice nada y sigo a mi guardián hasta el fondo de la misma. Alcanzo a ver como do secretarias me miran con desconcierto para luego poner una expresión grave en su rostro. Demasiado tarde, las dos atractivas mujeres ya habían sido tomadas por sorpresa y sabía que si había expresiones graves procederían de los agentes que iban y venían de un lado al otro con gorras judiciales o macanas a la cintura ó de los soldados encapuchados; no de una burócrata con plumas de Hello Kitty en su escritorio.

Más empujones, la orden de espera bajo el umbral de la puerta. Una gota de sudor resbala sobre mi ojo izquierdo, trato de enjugarla pero me es imposible por las esposas, segundos después el primer policía, el seguidor de Bob Marley me ofrece cambiarlas para tener las manos por delante. Al fin y al cabo -me dice con una expresión entre lastimera y amistosa- lo que hiciste no es grave.

Mientras espero la revisión médica, pido permiso para mandar un mensaje. Frente a la incertidumbre, sólo pedía la oportunidad de aclarar un asunto que nada tenia que ver con mi detención. Mensaje enviado. Respiro tranquilo y entro a la última sala del edificio.

¿Estas bien? -Si- ¿Te golpearon? -No- ¿Seguro? Me pregunta con expresión sincera la que en adelante sería lo más cercana a una 'aliada' en la mesa de averiguaciones. -Si, seguro- contesto. -Muy bien, pues ahora pasarás a las celdas. A partir de ahora, serán 48 horas en las cuales se tendrá que definir tu estado legal (es necesaria una labor de peritaje que compruebe que eran menos de 5 grs.). Eran las 8.25 de la noche.

9.1.10

Días de Vértigo


La vida se acelera, los medios de transporte alcanzan mayores velocidades y hasta la comida pareciera que cada vez es más rapida.

Aceleraciones centrifugas nos dispersan como bolas de un juego de billar carente de bandas.

Se siente que la vida nos rejurgita, o lo que viene siento lo mismo. Nos mastica y luego nos vomita. Mas blandos para estar listos apra ser digeridos en otro momento.

Pero eso es sólo una ilusión compartida por millones de locos. Aquellos que nacen y mueren compartiendo una misma celda de concreto y metal. Basta salir. No a la realidad, puesto que no existe tal cosa como "La realidad", sino a Otra realidad. Otros espacios donde se vive, se relaciona y se muere de forma diferente.

Tambien ahi hay Vértigo. Como el que ejerce un cielo despejado e inmenso sobre la base de nuestro estomago cuando el cuadro monumental de nuestra atmosfera nos levanta hacia el infinito.

Hay otro aun más potente, aun más inconmovible a la hora de posar su mano sobre nuestros corazones. Es el de la imperiosa necesidad de generar cambio, de sentir que aun es posible transformar nuestro entorno.

La pulsión de levantar la voz por el desvalido ó aun mas; el anhelo de que el desvalido deje de serlo.

Ese vértigo es al fin una fuerza sólo perceptible en la mente. Una fuerza casi subconciente que invita a un objeto a dejar su lugar de reposo y saltar. Es una invitacion al vacio, al abismo, a lo desconocido.

Fotografía cortesía de 300 palabras

Extraños dias...

Hoy 9 de enero a las 13.00 hrs, llueve en Sta. Catarina, Morelos.

Extraños dias. Aqui ni llovía en invierno ni (según el conocimiento local) de día.

Bufandas, guantes, gorros y abrigos en Cuernavaca

Fenómeno que ha sucedido gracias a la mano del hombre.
Gracias cambio climático!