8.2.10

Welcome to Tijuana (Parte 3)


Pasaron algunos días antes de que pudiera encontrarme con mi amigo y resumir su relato. Para cuando nos volvimos a ver su expresión había cambiado un poco, al igual me pareció, que su narrativa…

La mañana siguiente el panorama había cambiado tanto como podría cambiar la noche del día. La angustia, los hombres enmascarados, la novedad de la situación; todo poco a poco se asentaba y se volvía pasmosamente monótono.

Inclusive pude percibir como se impregnaba en mi ropa el olor de las sábanas de la celda. Al poco tiempo ya ni siquiera eso percibía. Despeinado, desaliñado, sin cinturón y sin agujetas como todos los demás, poco a poco absorbido por el paisaje. Aun con la intuición de que ya era de día y con la relajación del ambiente en la celda me había “pegado el encierro”; oleadas de nostalgia y depresión que se forman en las almas de aquellos que caen en el silencio mientras están tras las rejas.

Sin nada más que ver más que las marcas que deja la pintura vieja al desprenderse de las paredes paseo la mirada –ahora si- con detenimiento por la celda.

Arriba de lo que sería mi cabecera encuentro un mensaje destinado para los habitantes de las horas más oscuras de la noche. Grabado sobre el muro las palabras “Cristo te ama. No olvides.”

-Un momento de silencio, de nuevo la mirada perdida-

Le agradecí al autor anónimo el haber canalizado su ocio y su fé en un mensaje de esperanza dirigido a un Barrabás que nunca conocería…

Trataba de recuperar el sueño perdido y reflexionar sobre la Fé mientras luchaba infructuosamente contra la luz, el ruido y el mal olor cuando: “Pareja…” “Pareja…”

Al otro lado de la celda, un hombre de aproximadamente unos cuarenta años, de mirada ovina y un tupido bigote que adornaba una cara regordeta con cráneo redondo y bien afeitado me miraba con algo parecido a una sonrisa en el rostro.

¿Usted no es de por aquí, verdad? -Me preguntaba sin que yo entendiera si se refería a México, Tijuana o al mundo de los separos.-. Si, si lo soy –le respondo tratando de mostrarme lo menos vulnerable posible. –¿Y qué hace por acá, por qué lo trajeron…?-

Le contesté de la misma manera que lo había hecho en la ocasión anterior esperando la misma reacción de desinterés, la cual me permitiría seguir con mi cortejo a Morfeo.

–Un veinte de mota.-

¡Ah.. yo también! –Decía el tal Carlos mientras otra figura, ésta juvenil y alargada se incorporaba de su rincón para unirse a la conversación.

Sin haberme percatado aún, estaba conociendo a los que serían mis compañeros de celda. De la población original de la celda sólo quedaba yo, que con excepción del incidente de los soldados no me había percatado de la rotación de los internos, la cual había sucedido mientras dormía.

Carlos y Hassan, oriundos del mismo barrio popular y marginado ubicado en las barrancas bravas de Tijuana . Inmediatamente se pusieron en marcha los protocolos de la ‘la banda del barrio’. A la pregunta ¿De donde eres? Le siguió el nombre de una pandilla sucedida por la respectiva ‘clíca’ (que más que una pose de manos es toda una forma de saluda) y la muestra de tatuajes que lo acreditaban a uno como miembro oficial.

Después del reconocimiento, las redes se entretejieron. “Si… conozco a tal.” “¡Claro, si es mi padrino!”; y se dieron razones sobre otras personas, la mayoría en la cárcel ó del otro lado y algunos en la cárcel, del otro lado.

La celda oscura y sombría de la noche anterior de repente tomaba un aire vecinal. El espacio, otrora de reclusión se volvía un lugar de encuentro; espacio extraterritorial de las pandillas donde se apalabraban negocios y se narraban hazañas ilegales sin importar la presencia de los agentes investigadores que ocasionalmente pasaban por alguno de nosotros para los interrogatorios. Y así, se le echaba montón al tiempo, con la esperanza de que este pasara deprisa.

Resignándome a pasar las siguientes horas despierto di rienda suelta a mi curiosidad e intenté unirme –en la medida de lo posible- a la conversación con la intención de conocer un poco del bajo mundo de la frontera a través de observación participante.

Supe por Carlos que la “18” (6+6+6) es una de las tantas pandillas que le han entrado a la globalización y se han vuelto internacionales; que tiene casi mil miembros distinguidos por los números de sus antebrazos y que para ganar tales insignias es necesario haber “quebrado” a alguien. Por él también supe que los mixtecos son reconocidos por ser los mejores del gremio de los pizcadores ilegales del suroeste de los Estados Unidos; que a muchos reclusos se les cae el pelo por mechones a causa del estrés durante los primeros meses de encierro y que es durante ese tiempo cuando uno es especialmente susceptible a aceptar la “palabra de Cristo”.

Tal era su caso. Cholo converso con seis hijos dispersos por ambos lados de la frontera ,que había pasado ya 10 años en prisión (pero sólo en el gabacho) y que ahora, 3 años después de su última salida, regresaba a los muros de hormigón y acero por una falta menor. Este fabricante de arreglos florales y fumador ocasional de 'crack' me dijo que si tuviera 50 millones de dólares construiría “purititas iglesias” y que sus tiempos de la “18” eran los años de rebeldía. “Cosas de jóvenes” -decía, ahora que las miraba desde la perspectiva de la experiencia, las cuales entendía perfectamente-.

Hassan, también conocido como SquizofrenickMC por su parte, se encontraba a menor profundidad en ese mundo. De 21 años, rapero desde los 15 y boxeador desde la concepción por herencia de su padre, vivía ‘juntado’ con la madre de su hija. Fumaba un porro antes de su rutina de ejercicio cuando fue detenido por delitos contra la salud.

Con más lugares comunes entre nosotros, el buen Hassan me explicaba los símbolos secretos del grafiti; del arte de la improvisación, la lirica y la métrica del Rap (“La im-provisa-cion es el ins-tante punzo-cortante.”); del box y de la correccional de menores. También hablamos de plantas de poder, de la hipocresía del gobierno (el no tomaba alcohol) y de lo diferentes que eran los tiempos ahora que poco a poco nos acostumbramos a ver soldados y tanques en nuestras calles.

Al tiempo, otra cabeza se asomó desde la orilla de la litera. José Luis, sucio, viejo, despeinado y solo esperaba el momento que se confirmaran los datos de su historial delictivo después de haber sido arrestado por el mismo delito que todos los demás.

–Aquí, mi narrador dio una pequeña explicación-

El sistema penal y el código que lo regula, está diseñado para que los infractores sean acreedores a las penas más severas posibles. Además, dicho sistema cuenta con filtros que permiten seleccionar a los verdaderamente indeseables, a aquellos cuya criminalidad pareciera venir congénita por la pobreza, y separarlos del resto de la sociedad de manera definitiva. Así de fácil, el sistema penal de nuestro país no esta contemplado para la reintegración social...

-Después de confesarme que el tema de las cárceles y la reclusión le había parecido un tema muy interesante para explorar continuó prosiguió.-

Ese hombre hablaría poco y se quedaría poco. En su situación no había lugar para la incertidumbre; ó 25 mil pesos de fianza ó la cárcel por los próximos meses.

Pocas cosas quedaban por hacer más que hablar. Hablar de drogas, hablar de policías, de la guerra contra el narco, del otro lado y de las mujeres. Siempre, toda anécdota desembocaba en las mujeres. Más bien, en una mujer. Todos ahí tenían en la cabeza un rostro femenino que por más que divagara la mente, regresaba y exigía de cuando en cuando un suspiro, un comentario o una anécdota que se compartía con los demás con la esperanza de aliviar un poco la nostalgia…

Durante el día, bajo la convivencia obligada el tiempo pasaba a velocidades diferentes. Los eventos como la hora de la comida o la limpieza eran añorados no por las ganas de comer alguna de las horripilantes tortas aguadas que daban tres veces diarias, ni mucho menos por el deseo de barrer el piso que de todos modos se mantenía igual que el día anterior ya que no había nada con que ensuciarlo, sino más bien eran esperados por ser la única referencia temporal de la sala.

Había otros eventos libres de toda determinación temporal que sacaban a los pobladores del pasillo de su letargo. La entrada y salida del médico legista; la llamada para llenar la declaración, donde a uno le ponían un chaleco naranja y grilletes; entradas y salidas de personas que iban acompañadas de saludos y despedidas; el pase de lista que realizaban los guardias al parecer de manera indiscriminada y demás.

Por último, había otro que se salía de la dinámica casi festiva del pasillo. El terrible llamado de los celadores a aquellos que gritaban, agredían o violaban alguna de las reglas de comportamiento del pasillo. En ese momento, dos hombres armados con toletes y gas entraban a la celda en cuestión, esposaban de pies y manos al recluso infractor y lo llevaban al otro lado de la cortina que vi durante mi llegada. Ahí, con una tabla de una pulgada de grosor por tres o cuatro de ancho llamada ‘amansalocos’, se ‘tranquilizaba’ a los revoltosos con golpes a la altura de los riñones. La cortina sólo permitía escuchar el ruido del aire desplazado, el sonido parecido al de una palmada y un grito que nunca podía contenerse del todo; suficiente para helarle la sangre a uno.

En ese momento, la sala caia en el silencio mientras decenas de ojos veían pasar al reeducado al cual se le daba una coca-cola para contrarrestar al shock hipoglusémico derivado del golpe y prevenir un desmayo.

Hombres rudos, grandes y macizos se doblegaban ante el ataque a la baja espalda. Pero hubo uno, ni tan rudo ni tan grande ni tan macizo, que soportó el castigo arriba mencionado seis veces antes de que las autoridades cayeran en cuenta que su ansiedad y su histeria no era mal comportamiento sino el producto de una adicción al CrytalMeth que finalmente lo había llevado a la locura. Para ese momento, después de haber sido trasladado a nuestra celda, el pobre infeliz ya no podía caminar y se limitaba a permanecer en posición fetal encerrado en un mundo de dolor, demonios de la mente y malos recuerdos.

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